Desde hace tiempo los debates y campañas políticas se centran en las características personales de los y las dirigentes y por eso terminamos hablando siempre del “cómo son” estas personas. Más allá de la evidente importancia de los perfiles de quienes lideran un espacio, esta obsesión termina ocultando los intereses que están por detrás, es decir, a quienes de verdad representan.
Esta excesiva mediatización y banalización de la política trae además al menos dos elementos que no son para nada inocentes: la falta del debate abierto de ideas y un menú comunicacional exageradamente cargado de infernales insultos o exageradas alabanzas cruzadas que lo único que logran son reacciones emotivas, irracionales.
El según cómo “nos caiga” termina primando en el lenguaje de la propaganda o el ahora llamado marketing político. Es la cosificación absoluta del ser, el político es un objeto, un producto, algo que se vende y para ello debe caer bien, verse bien, oler bien y agradar a la mayor cantidad de gente.
No hay dudas que este esquema es adictivo para los dirigentes que desean alimentar su ego y sus ambiciones, en definitiva, para estas personas lo que importa “es llegar”, sea como sea. Hoy seremos peronistas, mañana macristas, no hay problema mientras me vea bien, huela bien y me siente en ese sillón que tanto deseo.
El hastío que generan estos oportunistas, buscadores de negocios personales sin importar nada más, dan sustento al discurso de la antipolítica. Los hay en los gobiernos y las oposiciones, en los espacios de pequeño poder y en los grandes. La miserabilidad humana también corta la sociedad.
Que no exista debate político como tal es lo que permite este combo, lo emocional gobierna, los cerebros se apagan y ya no hace falta ni estudiar o formarse ideológicamente. La carrera política pasará entonces por el comunicador y publicista que se tenga.
“Serlo y parecerlo” debería ser algo no discutible e insustituible, pero hoy prima lo cosmético y el discurso fácil de ocasión según la moda que impere.
Y me quedo pensando, ¿a quienes beneficia este esquema?, ¿es casual o está armado?.
No es casual, si está pensado y sigue estrictamente las reglas del alma mater del capitalismo: el mercado. Al ser un producto a instalar y vender, “el/la candidato/a” que quiera ser uno/a de los “más vendidos/as” debe tener una campaña publicitaria de mucha inserción en el mercado, y eso implica mucho dinero para pautar en medios poderosos de comunicación que aseguren la masividad de la propaganda.
Está claro que “esto no es para todos”, solo para un selecto y exclusivo grupo que tenga acceso al poder real y/o que posea quien banque semejante inversión de campaña.
“Billetera mata galán” y poder concentrado con sus medios mata partido político.
Al final, siguiendo este esquema, el “producto político” deberá responder a sus sponsors en primer lugar.
Como es evidente esta forma de la “democracia” termina siendo una pelea de sectores económicos disputando hegemonía.
¿El dinero todo lo puede siempre? ¿Y la gente?.
Por suerte la vida de las sociedades no es tan matemática, los humanos no podemos ser subestimados. Finalmente, más temprano o más tarde, la política de los que más padecen las injusticias sociales siempre aflora.
Cuando la mayoría de los ciudadanos, que no somos ni remotamente parte de los poderes económicos, tomamos conciencia del poder que tenemos y nos expresamos como el pueblo que somos, la conducción política toma el curso que la mayoría le da en beneficio de la propia mayoría.
Obviamente no es eso lo que quieren los que tienen la sartén por el mango y por eso estimulan al máximo la estupidización, la incultura, la disminución de la educación pública, la demonización y desprestigio de la política. Nos quieren brutos, no pensantes, irracionales, engañados con discusiones sin sentido y por eso nos aturden por cuanto medio o red social exista.
¿Y los partidos?.
Bueno, está demás decir que quieren que no funcionen como tales, que no haya debate interno, que no estén funcionando los comités o unidades básicas para que “los de a pie” no se organicen y ejerzan la democracia partidaria que debería ser el basamento de estas instituciones.
¿Y si tomamos conciencia de nuestro poder y nos metemos en los partidos para que seamos actores y no solo sufridores del destino que nos dan?. No basta con ir a votar, sin la activa participación de las mayorías en la vida política no hay destino común, sino usufructo de unos pocos del patrimonio de todos. Ahí sí, política volverá a ser palabra mayor y de respeto.
La pregunta que siempre debemos hacer.
Siempre, como regla de vida, debemos preguntarnos: ¿estos/as señores/as a quienes benefician, a quienes representan?. Hay que sacar las migas de la mesa, limpiar y mirar de manera sincera y hacer números, simples números. ¿Con quienes nos beneficiamos las mayorías y con quienes nos perjudicamos?.
Cuando las palabras son huecas, los insultos prosperan, no se dice hacia dónde se va y se promueve el odio como consigna, está claro que ocultan las intenciones y que no buscan nuestro bienestar, sino nuestra sumisión para que los que más tienen, más tengan.
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