Ahora San Juan tuvo la oportunidad de dialogar con Enrique Marcó, un personaje tradicional de las veredas capitalinas, un hombre de 50 años que todo aquel que haya caminado por las veredas de calle Gral. Acha, entre Laprida y Rivadavia seguro se lo ha cruzado alguna vez.
Enrique llegó al encuentro con este diario con una puntualidad excepcional, predispuesto para la ocasión. Asegura que muchos medios de comunicación locales lo han entrevistado, pero la mayoría al paso, no se han tomado el tiempo de sentarse y charlar.
De origen humilde, con raíces en un barrio de Chimbas, es «el Enrique» que siempre trabajó por las calles de Capital.
Enrique, asegura que “siempre tiró para su familia”, y sí que lo hizo. Salió a trabajar desde la infancia para ayudar a su madre, quien era cabeza de familia. Su primer trabajo fue ayudando a su hermano, quien lo llevó al ex matadero.
Nos sorprendimos como ustedes ahora al ver que un niño de alrededor de 10 años haya tenido que ir a trabajar, y más en la zona del ex matadero. El lo toma naturalizando ese sacrificio que no debería haber tenido: “Eran otros tiempos y todos teníamos que ayudar, igual yo estudié y terminé la primaria”. El trabajar era moneda corriente en un contexto como el de Enrique, niños de su misma edad y con serias dificultades económicas.
Sin embargo ¿cómo habrá sido esa niñez?. Esa pregunta fue contestada por el protagonista de esta historia, siempre extrovertido, alegre, admirador de su madre y con un fuerte sentido protector de su familia desde chico. Enrique nos dice que claramente fue una infancia con necesidades económicas, pero lejos de tenerla como un mal recuerdo, o que reviva sentimientos de tristeza, la recuerda con gran alegría. Eso se nota porque cuando lo cuenta su mirada se pierde y sonrisas se esbozan en su boca.
Con días y tardes de trabajo, estudio y noches de juego. “A la noche salía a jugar, era la hora que había”. “Era la hora que había”, palabras honestas para decir que los niños buscan ser niños más allá de las adversidades.

Se define como “amiguero”, pero con pocos amigos. Eso lo llevó a que en su adolescencia tomara envión y a dedo y llegó hasta la provincia sureña de Mendoza, para acompañar a un amigo. Allí se quedó varios años trabajando, incluso en una estación de servicio, pero siempre siguió ayudando a su madre.
Con habilidades que sólo el ritmo de la calle puede dar, Enrique fue de un trabajo a otro, de una changa a otra, sobreviviendo el día a día, ayudando a su entorno. A los seis años de llegar y pasear las calles mendocinas decidió que era momento de volver a su querido San Juan.
Una vez aquí inició su trabajo en la calle Gral. Acha, justo en la vereda del Vea. “Fui y pregunté al encargado si podía trabajar ahí, me dijo que sí y empecé. Después me contactó una empresa de remís para conseguirle pasajeros que salieran del Vea”.
¿Cómo es el trato con la gente?, le pregunto Ahora San Juan. “Hay de todo. Gente que te trata bien y otra que no tanto. Yo me quedo con lo bueno, hay que aprender que las personas llevan muchas cosas en su cabeza. A veces están mal, tristes y uno no sabe y por eso actúan así”.
La confianza que ha forjado entre los comerciantes de esas cuadras es muy fuerte, demasiados años de honestidad por este trabajador. “Encuentro muchas cosas, documentos, celulares, billeteras, pasaportes, de todo. Siempre lo he devuelto y no busco que me den algo a cambio. No me gusta quedarme con lo que no es mío”, asegura. Esa honestidad ha hecho que en algunos malos entendidos los gerentes salgan en defensa de Enrique, así como los policías de la cuadra.

Tantos años caminando las calles capitalinas ha hecho que conozca la gestión de varios intendentes, distintas modalidades con los trabajadores ambulantes, manteros y la instalación del ECO, entre otros.
¿Cómo ha sido adaptarse a todos estos cambios?, es la pregunta obligada. “Uno tiene que aprender a ceder si quiere crecer. Cuando se fueron implementando los cambios es cierto que tuvieron en cuenta nuestra opinión y quienes quisieron adaptarse, y ser pasantes fueron bien recibidos. Yo fui uno, muchos años como pasante y luego pasé a contrato en la municipalidad de Capital. Hoy estoy en la espera de poder ser planta permanente”.
Un alma libre, que busca estabilidad para brindarle lo mejor a sus hijos y nietos. “Trato de enseñarles a mis hijos lo bueno y lo malo de la vida. Al estar en la calle desde muy chico he visto y tratado con mucha gente, hay que tratar de elegir siempre el camino bueno”. “A mi me gusta mucho divertirme, bailar, estar con mis amigos y mi familia, pero siempre sanamente”, agrega el hombre.
“Algunos piensan que porque tienen un auto lindo, andan de traje, pueden tratarnos mal”, inicia su relato sobre una poco grata experiencia que tuvo con un juez en la puerta del Vea. Sin dar nombres aseguró que el juez lo agredió verbalmente sólo porque Enrique le señaló que se le habían caído unos papeles y dejado las luces del auto encendidas. “Me insultó, trató de muerto de hambre. Se fue ofendido y volvió con su esposa. Desde el auto dijo que yo le había rayado el auto y que me iba a hacer la vida imposible. El auto estaba rayado, pero era una marca vieja, que llevaba ahí mucho tiempo porque cuando pasé el dedo no me quedó ni pintura ni polvo en la mano, eso marca que ya es vieja. Me tiró unos billetes y me dijo ‘tomá muerto de hambre’, y le dije ‘muchas gracias señor’, parece que eso lo enojó más y hasta me amenazó diciéndome que ante cualquier ‘macana’ que hiciera me iba a meter preso”, cuenta relajado, como quien tiene la conciencia totalmente tranquila. “A veces me lo cruzo, pero creo que ya no se acuerda. Quizás ese había sido un mal día y pensó que se podía desquitar conmigo”.

Ahora San Juan habló más de dos horas con Enrique Marcó, dos horas que parecieron dos minutos. Atrapante con sus historias, y con muchas más que quedan en el tintero. El hombre es de esas personas que vemos a diario pero no conocemos, los invisibles que todo lo ven, que siempre están y que muchas veces todo lo saben.